Ante todo, debo pedir una disculpa. Lamento que no haga con estas palabras sino hablar de mis incomodidades de lector regular, estudioso de la literatura y escribano. El presente texto no pretende más que realizar una polinización de dudas respecto a cuestiones que todos los lectores nos planteamos de vez en cuando. Entre tantas que nos aguijonean, la primera de ellas es cuando lo leído me aleja de lo familiar: ¿Qué es esto? ¿Novela? ¿Cuento? ¿Relato? ¿Crónica? ¿Ensayo? Si bien siempre ha habido devaneos entre los distintos rostros literarios, ahora nos enfrentamos a subcategorías cuya inasibilidad nos rebasa y es condición humana reaccionar ante lo desconocido. Sin embargo, la posmodernidad (o hipermodernidad) ha revolucionado esa sensación de incertidumbre y cuando uno se sienta, ante el ordenador sobre todo, y abre cualquier blog literario, se enfrenta a la calamidad de no saber si lo que se lee es, ya no lírica o narrativa, sino literatura; todo esto, desde luego, desde el punto de partida en el cual sabemos que dicho blog contiene literatura (cualidad tampoco sencilla de asignar).
Escritor: Abel Rubén Romero
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando abrimos el blog noticioso de nuestra preferencia y consultamos un texto que habla sobre un hecho de actualidad, dispone diálogos, se divide en escenas y narra acontecimientos, intercalando sensaciones personales elaboradas a base de recursos retóricos? Nuestra sensación se ve perturbada: ¿cuándo y cuánto aportan esas observaciones cargadas de subjetividad a un espacio del cual se demanda objetividad? En el ejercicio de lector y conforme se conforma el canon, se da por sentado que los textos utilizados por los conquistadores al llegar a América son ni más ni menos que crónicas y que en dicha categoría destaca la relación de acontecimientos históricos y justificativos de las decisiones y acciones tomadas por ellos. Así lo comenta Ángeles Mateo: “Los primeros textos que surgieron en el Nuevo Mundo pretendían hacer referencia a -o ser- la historia de ese nuevo espacio y, por tanto, se trataba de relatar los acontecimientos por el orden en que éstos iban sucediendo. Así, por crónica […] se entendía la exposición cronológica de sucesos históricos” (13). De momento, si pensamos en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (que ha sido atribuida en estos años a Hernán Cortés), tenemos una serie de sucesos históricos donde se da cuenta de lo hallado; en general, narrado por soldados o miembros de las órdenes mendicantes que, tras la conquista militar, abanderan la espiritual. Estamos aquí ante la crónica histórica y un cuestionamiento: ¿son estas manifestaciones de carácter histórico o periodístico? Desde luego que la ciencia histórica ni el periodismo existían como hoy los conocemos.
En el siglo XIX, como parte de los movimientos independentistas americanos, los diarios funcionan como trincheras políticas donde los escritores promueven los imaginarios nacionalistas y buscan su justificación en las tradiciones locales. Más tarde, con el ascenso de la burguesía y la consagración de los diarios, llega entonces un nuevo reto para el escritor que, despojado de mecenazgos debe asegurarse la subsistencia. Dicho escritor-periodista imprime su sello personal, su estilo para dar cuenta de las impresiones que en él dejaban las costumbres, tradiciones de un espacio específico, quizá irrepetible. Es el afán de estilo, de belleza, el que lanza a autores como José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, Rubén Darío y Amado Nervo a “cronicar” su paso por el mundo: “los escritores-cronistas acentuaron el subjetivismo de la mirada para que se notase el particular y específico sujeto literario que había producido el texto, logrando, con ello, diferenciarse y distanciarse del repórter” (Mateo, 19). Así puede testificarse a la crónica como medio ideologizador y, en el caso de los modernistas, como un ejercicio de resistencia frente al positivismo (recordemos, por ejemplo, la exaltación del alma y la belleza que realiza Gutiérrez Nájera en “El alma en poesía”), y contra la objetividad periodística exigida al reportero:
Por otro lado, en la crónica los modernistas propugnaron además su visión anticapitalista, artesanal, de la creación artística, y ensayaron las posibilidades literarias de ese lenguaje convertido en objeto. De hecho, aunque se hallaban vinculados al periodismo (dentro del cual su condición era generalmente la de simples empleados a sueldo), los modernistas desarrollaron en sus crónicas un discurso decorativo y frívolo, pletórico de vívidas metáforas y de alusiones literarias y culturales, con el que implícitamente desafiaban las exigencias informativas y utilitarias del periodismo (Aníbal, 26).
De nuevo, se nos exige una cuestión: ¿qué, entonces, tienen de periodísticos estos artefactos del lenguaje? En efecto, aparece en ellos la referencialidad; sin embargo, no se pierde la esencia poética (todos los cronistas mencionados son artífices del verso).
Ahora, en el caso de que pudiéramos tener claridad de la diferencia entre textos ficcionales y no ficcionales, literarios y periodísticos ¿cómo clasificamos aquellos que exponen acontecimientos relevantes, históricos, semblanzas? No es lo mismo leer una crónica elaborada con el fin de dar una impresión de la cotidianidad a la estructurada para dar cuenta de un hallazgo cultural. Ahí vienen otros problemas de clasificación: crónica periodística, crónica histórica, periodismo narrativo y…
Suponiendo, por otro lado, que sabemos ya lo que es un producto literario, ¿qué hay si una novela o relato, está fundamentado en una serie de hechos que se verificaron en la “realidad”, por ejemplo, un homicidio, un genocidio, una revolución, un éxodo? Existe una buena cantidad de novelas en las que la ficción y la no ficción conviven sin denotar claramente sus fronteras. A la fecha no he hallado el manual donde se establezcan los porcentajes de “verdad” asumidos en una obra literaria o periodística. Recuerdo, por ejemplo, una declaración de Alejo Carpentier en la que mencionaba la necesidad de aprender con precisión, incluso, cada parte de una res. También con gran detalle los naturalistas franceses daban cuenta de la sociedad a partir de la cual elaboraban sus novelas. Ya en el siglo XX autores como Faulkner, Capote o García Márquez eran sesudos espectadores del mundo que los circundaba y a través de él creaban sus historias. No es extraño que el colombiano haya declarado en algunas entrevistas que cada parte de Cien años de soledad se encontraba sustentada en hechos reales. Como lector, me sigue machacando la pregunta: ¿cuáles son las fronteras entre la ficción y la no ficción?
Por otro lado, cuando el periodista crea una noticia basado en los hechos que se le presentan, como se le presentan, ¿no es cierto que debe atender a una línea editorial? ¿Cómo elige la noticia específica que debe transmitir? ¿Qué hechos específicos ha de mencionar y cuáles ha de ocultar? ¿Cómo repara en la pertinencia de la información? Si la filosofía no ha llegado al consenso de lo que la realidad y la verdad son, ¿cómo podemos siquiera dar el beneficio de la duda a un aparato que esconde sus decisiones disfrazadas tras el velo de la “objetividad”? Ahora bien, ¿representa la subjetividad necesariamente una falsificación de la realidad o es, por el contrario, una complementación ineludible del ejercicio periodístico? A mí, desde luego, me parece más bien lo segundo.
En otro aspecto, si uno va a las obras completas de algún escritor conocido, su quehacer literario arroja pistas; así sabemos que Manuel Gutiérrez Nájera, José Martí o Genaro Estrada fueron autores cuya áurea pluma poética se tomó la molestia, la desazón de despojarse del oropel de la poesía para “rebajarse” a la prosa “vulgar” de los acontecimientos cotidianos. Fueron ellos autores cuya necesidad mundana de comer se impuso y los orilló a sustentarse a través del periodismo. No es distinto cuando nos abrimos el diario o nos metemos al sitio de nuestro medio noticioso acostumbrado y nos encontramos con artificios que relatan (¿reportan?), reflexionan sobre algún asunto de relevancia para el lector. ¿Cómo permitimos que un texto periodístico pueda inmiscuir de ese modo su subjetividad? Al respecto, dice Martín Caparrós: “Nos convencieron de que la primera persona es un modo de aminorar lo que se escribe, de quitarle autoridad. Y es lo contrario: frente al truco de la prosa informativa (que pretende que no hay nadie contando, que lo que cuenta es «la verdad»), la primera persona se hace cargo, dice: esto es lo que yo vi, yo supe, yo pensé; y hay muchas otras posibilidades, por supuesto” (Caparrós, 22). Las fronteras entre lo ficticio y lo no ficticio son más bien muy inciertas y, ante ellas, andamos como con gafas de sol a media noche.
Para detener estas inquietudes (que no para concluir) que lanzo como pretexto de los asuntos que abordaremos en la charla del jueves primero de marzo, me gustaría proponer una analogía. En la literatura contemporánea, en los ires y venires históricos, se producen uniones y rompimientos; aleaciones múltiples son halladas en todas las formas y géneros literarios (prosa poética, poema en prosa, epopeya, novela histórica, novela breve, relato extenso, ensayo literario, lírica, teatro poético…). En modo similar, algunos seres vivos se adaptan a la transformación y sobreviven, o ceden sus cualidades a formas más adaptables. Nosotros somos, por ejemplo y según la teoría de la evolución, el reminiscente resultado de esas transformaciones: sobrevive en nosotros lo funcional y se elimina lo accesorio e inútil. La crónica, como bien dice Juan Villoro, “es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”. No obstante, modificando el cauce biológico, siempre es bueno luchar contra el pragmatismo y dejar que brote la brillante improductividad de la belleza. Empero, esto es sólo el comienzo de unas dudas que se expande.
Lectura recomendada del autor que complementa este texto y el taller.
Leer la crónica "El rastro en los huesos" de Leila Guerriero, periodista argentina
Bibliohemerografía:
Caparrós, Martín, “Por la crónica” en Darío Jaramillo Agudelo, Antología de crónica latinoamericana actual, Madrid: Alfaguara, 2012, p. 607-612.
González, Aníbal, "Crónica y cuento en el modernismo", en Pupo-Walker, Enrique (coord.), El cuento hispanoamericano, ed. Castalia, Madrid, 1995, pp. 156-157.
Jaramillo Agudelo, Darío (ed.) Antología de crónica latinoamericana actual, Madrid: Alfaguara, 2012.
Mateo del Pino, Ángeles, “Crónica y fin de siglo en Hispanoamérica (del siglo XIX al XXI)” en
Revista chilena de literatura, ISSN 0048-7651, no. 59, 2001, págs. 13-40.
Villoro, Juan, “La crónica, el ornitorrinco de la prosa” en La Nación, disponible en https://www.lanacion.com.ar/773985-la-cronica-ornitorrinco-de-la-prosa (consultado el 15 de febrero del 2018).
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Charla y taller literario
Vertientes de la crónica y el ensayo literario en español
Semblanza de Abel Rubén Romero | Escritor que imparte este taller
Poeta mexicano nacido en 1984, estudió la licenciatura en Derecho en la Universidad del Valle de México, Letras Hispánicas y la Especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX en la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha colaborado con poesía, crítica, relato, traducción y ensayo en revistas impresas y electrónicas de Colombia, Argentina, Perú, México y España. Cuenta con dos poemarios: Luminiesencias (Tierra húmeda, 2014) y La luz que sobrevive (Gorrión, 2017). Actualmente coordina el proyecto de difusión: Viaje inmóvil, Revista de poesía mediante el cual coordina talleres literarios, edita y difunde la escritura de autores iberoamericanos jóvenes; cursa el Máster Oficial en Escritura Creativa en la Universidad de Sevilla, España, y prepara su tercer poemario: Falsario del recuerdo.
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